martes, 31 de marzo de 2015

Mi Dios mudo



A los pies de Jesús
me quede acuclillado
esperando tu condena
por mis tantos pecados,
lenta se hizo la espera
mientras en mi mente
pasaban con premura
una a una mis culpas.
Yo Señor soy culpable,
yo azote sin piedad
tu inmaculado cuerpo
cuando puse en el mío
vicios desaforados
cubiertos de muerte,
yo puse sobre ti
el pesado madero
con tantas negaciones
y afrentas a tu obsequio.
Yo con blasfemo verbo
te escupí oh mi Cristo;
espinas de desdén,
malvados aspavientos;
yo llagué tus rodillas
cuando sin un reparo
deje a ti de clamarte
con corazón confiado,
por esos mis ruines
placeres mundanos.
Mundo, demonio, carne,
abrazaban mi ser;
lenta espera atada
a mi alma suplicante
por el Dios de mi imagen:
ciego, sordo y mudo,
que no riña mis culpas,
ignore con silencios
mis pecados humanos
unidos cual capricho a mí,
ser infame y distante.
Desnudo mí soberbia,
me arrodillo esperando
su dedo punzante
señalando mis deudas;
más Él con su voz tierna
esparce de sus labios:
Ven conmigo hijo mío,
si ayer fuiste cautivo
de placeres sin destino
y olvidaste mí amparo,
por sus falsos alivios;
hoy te digo adorado
que todo está saldado,
yo limpié con mi sangre
toda ruta de muerte
y mi sangre te libera
de todas tus miserias.
Y yo alma suplicante;
en lugar de un Dios sordo
recibí un Dios atento,
visor de mi dolor,
de mirada benévola;
vertiente de amor,
un amor que se entrega
en efusivo abrazo,
me refugia en su pecho;
aliviando mi fardo.

Esta es la buena nueva
del nuevo pacto eterno
que perdona pecados,
por su sangre que liberta,
porque no amaste el dolor
me amaste a mí cual hombre,
te entregaste por mí
en el duro madero,
me provees del nuevo corazón
grabado con tus palabras
yacentes en mi pecho,
¡Oh Jesús bien amado!

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